Pero aquellos que gustamos de buscar la experiencia gastronómica, sabemos que sin importar la calidad arquitectónica o culinaria del lugar (y lo que pretendan cobrarnos por ello), los camareros hacen la diferencia.
Un entorno bonito y confortable y la mejor comida se verán deslucidos por un camarero desatento o que no conoce su trabajo (y lamentablemente son muchos).
En tanto que uno amable -que sea nuestra guía para avanzar por el intrincado menú, que aconseje platos, porciones y combinaciones- logrará que tengamos una gran experiencia, sin importar lo modestos que sean el local o la cocina.
Leyendo a Philip Muller no pude dejar de acordarme de Norberto, nuestro mozo de los sábados en Tarzán, que venía a saludarnos con las bebidas en la mano porque ya sabía lo que nos gustaba. O las amables muchachas de Paula, que están desde que inauguraron hace varios años, siempre con paciencia y una sonrisa. O los tantos y desconocidos mozos ocasionales que ayudaron a que una comida sea toda una experiencia.
Para ellos, mi homenaje y eterno agradecimiento por ayudarme a disfrutar cosas buenas de la vida.
En primera persona
Por qué me gusta ser camarero habiendo estudiado filosofía
Philip Muller estudió filosofía y fue periodista freelance.
Pero cuando empezó a trabajar en un restaurante descubrió que su verdadera
vocación estaba entre platos y no entre papeles. Éste es su testimonio.
Philip Muller 22/10/2018 - 07:53 CEST
El camarero es una persona que se dedica profesionalmente a servir. Como cualquier persona que trabaje, presta un servicio; pero, además, sirve. Sirve la mesa a sus clientes. Una profesión de este tipo incomoda en una sociedad individualista. Nadie quiere servir y hay muy buenas razones para negarse a hacerlo. La primera y principal es una pregunta: ¿por qué habría de servirte yo a ti?Porque todos pueden servir la mesa. No se necesita ningún estudio o requisito previo para traer y llevar platos, más allá, tal vez, de tener una buena presencia y una buena sonrisa. La jefa de sala me lo dejó claro en la entrevista de trabajo: “Estoy entre tú y otro con diez años más experiencia”. Yo no sabía descorchar una botella. Había dado con su restaurante por casualidad después de deambular dos horas en el Ensanche de Barcelona con un puñado de currículums en la mano. “Pero qué quieres que te diga: me hace tanta gracia que hayas estudiado Filosofía que me voy a quedar contigo”.