Declarada ciudad en 1971, el área central alrededor de la estación sigue concentrando la mayor actividad. De la mano de la importancia que cobraron la cocina y el negocio gastronómico en los últimos años también aparecieron distintos locales para ir a comer o tomarse un cafecito.
Hay uno en especial que creo es el más viejo de todos, y también creo que el más auténtico: Tarzán.
Clásico bar de estación, quitapenas, bodegón, Tarzán tiene un público de lo más variado: parejas que pueden pasarse cuarenta minutos, café de por medio, sin mirarse ni dirigirse la palabra, hombres solos que están tanto tiempo como les lleve acabarse la botella mientras la miran cavilosos, empleados y comerciantes en la pausa del almuerzo, chicas y muchachos de Boca y de River mirando juntos el clásico, casi a oscuras y en una mesa repleta de cervezas, los taxistas de la parada de enfrente comiendo de pie en la barra… y a veces hasta cantores a la gorra. Los fines de semana puede haber espectáculos en vivo de artistas locales y los miércoles las mesas se aprietan para hacer lugar a la pista de la milonga.
No hay carta sino un menú que cambia diariamente y no es el mismo al mediodía que a la noche. Escrito con tiza sobre pizarras negras ofrece los clásicos platos de fonda como las carnes al horno, a la parrilla o en estofado, guisos, parrillada... Y también algunas modernidades como salmón a la crema. Todo rico, sustancioso y abundante.
El ambiente es completamente informal, desde la atención de todo el personal hasta la ambientación construida a lo largo de los años. Un cúmulo de afiches, fotos, tapas de discos, ilustraciones y objetos varios, con un encanto que es imposible de conseguir de manera planificada.
Esa onda que tiene Tarzán, ningún decorador ni ningún curso para mozos, de esos que dan en las escuelas de cocina, la pueden conseguir.
Desde lo personal, un recuerdo para Norberto, nuestro mozo de los almuerzos sabatinos, que venía a saludarnos y levantar el pedido al mismo tiempo que nos traía las bebidas, sin necesidad de consulta previa
Para entender de qué hablo, los invito a mirar el corto de Christian Sotelo "La Tarzán".
El vino en Pingüino, ése al que sin culpa se le puede agregar un refrescante chorro de soda...la picadita mientras vamos mirando el menú... todo rico, todo abundante, todo auténtico. El placer compartido de los sábados al mediodía...Gracias por hacérmelo conocer, Sandri! Me encantó el post!
ResponderEliminarSí, creo que el corto refleja el espíritu del lugar. Y está bueno que aún haya lugares así.
EliminarYa voy a ir a visitarlo...
ResponderEliminar¡Seguro! Y una nueva mirada al viejo barrio.
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