13 de mayo de 2017

Té galés

Trevelin es una localidad pequeña y amable al pie de los Andes chubutenses. Vecina a ella se encuentra la entrada  sur del bellísimo  Parque Nacional Los Alerces.
Fue fundada oficialmente en 1885 como una avanzada de la colonización galesa que ya ocupaba el valle inferior del río Chubut en el este del territorio, desde el año 1865.
Es un lugar encantador, con buenos servicios y mucho más bonito para hacer base que la cercana ciudad de Esquel (cercano, en términos patagónicos, es algo más de 20 km por la Ruta 40).
Los galeses colonizaron, se integraron y también conservaron muchas de sus costumbres. Hace poco se cumplieron 150 años de la llegada del velero Mimosa a las costas de lo que hoy es Puerto Madryn y el hecho se recordó con muchas notas periodísticas como las de La Nación o incluso BBC Mundo.





Después de hacer un largo y maravilloso viaje desde Puerto Montt hasta Chaitén, recorriendo la Ruta Bimodal y subiendo y bajando de ferrys y autobuses entre el mar y la cordillera en medio de un paisaje que te corta el aliento por lo inmenso y por lo bello, hicimos noche en Chaitén, Chile.
Esta pequeña localidad ha sido reconstruída a partir de la última gran erupción del volcán Chaitén, en el año 2008. Para tener idea de su magnitud, basta pensar que la playa que se ve en el extremo superior izquierdo de la foto, es la costa original de la ciudad, pero el borde del agua se ha extendido 1 km más allá por la acumulación de cenizas.
Este viaje a través de la Carretera Austral chilena es también muy impactante porque es el único medio de transporte con el que cuentan los pobladores locales. La geografía es muy accidentada y no permite un trazado continuo de la ruta, por eso hay que trasbordar y hacer varias partes del recorrido en ferry.
Una vez llegados a su localidad de destino, algunos afortunados tiene quién les espere pero otros aún deben caminar muchos kilómetros hasta llegar a casa, ya que no hay transporte público o sus servicios son poco frecuentes.

Seguimos camino de Chaitén hasta Futaleufú y desde allí ingresamos a la Argentina por Los Cipreses donde, a merced de nuestros compatriotas de Aduana-Migraciones y en un puesto fronterizo sucio y abandonado, tuvimos una experiencia muy desagradable de maltrato y descortesía de esas que te dan vergüenza ajena.

Llegamos a Trevelin a las siete de la tarde de un día maravilloso, de esos que te regala el verano patagónico.
Estábamos cansadas y malhumoradas y necesitábamos un reconstituyente, así que mandamos al chofer directo al hotel con nuestras mochilas y nosotras nos fuimos a tomar el té galés a Nain Maggie.
El té galés parece ser un invento argentino. La costumbre de una mesa servida con muchas cosas diferentes tendría su origen en la merienda tardía de los domingos, después del servicio religioso, cuando todos llevaban algo y se quedaban a compartirlo en la capilla.


A lo largo de más de veinte años fui tres veces a Trevelin y a Nain Maggie y la experiencia siempre ha sido la misma. El lugar bien cuidado, la preciosa vajilla de porcelana, la atención seria y amable de sus dueños, todo se combina para crear un ambiente perfecto  y brindar un servicio excelente.
El menú también es siempre el mismo: las enormes rodajas de pan casero negro y blanco, los grandes escones ligeramente salados, mermelada, manteca y queso, y una variedad de cinco tortas: de crema, galesa, grosella, manzana, coco. Una selección algo anticuada (no hay tortas de varios componentes y con nombres larguísimos) pero todo es bueno, todo es rico, todo es fresco.

Una imagen vale más que mil palabras y, como podrán ver, llegamos con mucho hambre y  ganas de poner dulzura al mal momento vivido, así que recién al rato de estar disfrutando de todas esas delicias me acordé de la foto.




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