22 de marzo de 2019

Valparaíso

La Joya del Pacífico la llaman y también, de manera más coloquial, Valpo.
Fue el primer puerto chileno en el Siglo XVI y es el más importante hasta hoy, por eso su gentilicio es porteños (como los habitantes de Buenos Aires).
También es la capital de la Quinta Región y sede del Poder Legislativo y de la Armada de Chile.
Una ciudad extraña para quienes estamos acostumbrados a la llanura.



Llegando desde Santiago (120 km) la ruta se asoma de pronto sobre ese gran balcón irregular, colgado sobre el mar, que compone Valparaíso con sus 44 cerros.
Esa particular geografía le ha dado una de sus postales más famosas, los ascensores que ayudan a salvar los desniveles entre una calle y otra.

Viejos vagones de madera que reptan sobre el faldeo mordiendo los dientes de las cremalleras. Estas estructuras del siglo XIX son marca inconfundible de la ciudad y han contribuido a que su centro histórico sea declarado Patrimonio Mundial.



El verano pasado la visité nuevamente, después de más de veinte años. 
Y, como suele ocurrir después de tanto tiempo, era a la vez la misma ciudad y también otra, lo mismo que yo.

Fui a lugares a los que no había ido y me quedaron otros sin ver. 
No pude conocer el mercado porque estaba en refacción, pero durante el walking tour por el centro histórico aparecieron otros lugares también interesantes para los que amamos la cocina y la cultura.

Llegamos a la Plaza Sotomayor desde la terminal con un trolebús, otra de las postales de Valparaíso y también parte de su patrimonio Histórico.



El recorrido del walking tour empieza junto al monumento de los Héroes de Iquique, que conmemora a los caídos en ese combate naval entre las armadas chilena y peruana durante la Guerra del Pacífico (1879).

Hacia un lado está el edificio de la Armada y hacia el otro el Muelle Prat, desde donde parten las embarcaciones turísticas.

Ahí nomás, en Cochrane 431 está la Botillería Gandolfo. Un viejo despacho de alimentos, antiguo almacén de ramos generales, fundado por la familia de los actuales dueños en 1906.



Muy cerca, en Serrano 567, el bar notable del casco histórico: La Playa, también de principios del Siglo XX, un local que es elcorazón de la bohemia porteña, con mucha historia y hasta con fantasma propio.
Presa del recorrido del walking tour no pude quedarme ni a tomar un café. Será la próxima.


Después de recorrer viejas calles, murales y ascensores, terminó la caminata y por consejo del guía almorzamos en Los Porteños, en Cochrane 102, uno de los bodegones tradicionales del barrio del puerto.

Comida rica, sencilla, sin pretensiones. La cuenta viene en un papelito escrito a mano. Todo lo esperable de un local de ese estilo.


Luego nos tomamos un bus urbano que trepando por la ciudad nos llevó hasta La Sebastiana, la casa de Neruda. 
Igual que en Isla Negra hay que pagar para entrar, el recorrido se hace con una audioguía y no se pueden tomar fotografías, pero en esta los visitantes tienen más libertad para recorrerla.


Bajamos de vuelta hacia la ciudad caminando por lo que llaman Museo al Aire Libre, un barrio con sus paredes ganadas por los murales.


Desde los ventanales de La Sebastiana se escuchaba la sirena de La Esmeralda, el buque-escuela de la Armada que honra a su homónima hundida en el Combate Naval de Iquique.
Está fondeada en Valparaíso y periódicamente sale a navegar por la bahía para tareas de mantenimiento. Entonces hace sonar la sirena para avisar a todos que salgan a verla.



En el puerto están la flota de guerra y también los grandes cargueros internacionales, llenos de contenedores, y en el muelle los enormes aparejos necesarios para su carga y descarga.

En este universo tan activo y diferente, la casualidad quiso no sólo que tuviera oportunidad de ver a La Esmeralda en su paseo por la bahía, sino que también me encontrara inesperadamente con el Evangelistas siendo reparado en un dique flotante.
Pero el maravilloso recorrido por los fiordos chilenos con Navimag es parte de otra historia.

Para terminar, una semblanza de la ciudad en la forma de un vals icónico de los tiempos anteriores a la dictadura de Augusto Pinochet.
El autor cuenta su historia y las imágenes de una vieja Valparaíso en blanco y negro son maravillosas.





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