Tened
presente el hambre: recordad su pasado
turbio de
capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal
al precio de la sangre cobrado,
con yugos en
el alma, con golpes en el lomo.
El hambre
paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres
resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas
quijadas, sus miserables vidas
frente a los
comedores y los cuerpos salubres.
Los años de
abundancia, la saciedad, la hartura
eran sólo de
aquellos que se llamaban amos.
Para que
venga el pan justo a la dentadura
del hambre
de los pobres aquí estoy, aquí estamos.
Nosotros no
podemos ser ellos, los de enfrente,
los que
entienden la vida por un botín sangriento:
como los
tiburones, voracidad y diente,
Años del
hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para
el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba
sus rapaces rebaños
de cuervos,
de tenazas, de lobos, de alacranes.
Hambrientamente
lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y
heridas, señales y recuerdos
del hambre,
contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con
un origen peor que el de los cerdos.
Por haber
engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de
donde los cerdos se solazan,
seréis
atravesados por esta gran corriente
de espigas
que llamean, de puños que amenazan.
No habéis
querido oír con orejas abiertas
el llanto de
millones de niños jornaleros.
Ladrabais
cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con
la boca de los mismos luceros.
En cada
casa, un odio como una higuera fosca,
como un
tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por
los tejados, os cerca y os embosca,
y os
destruye a cornadas, perros agonizantes.
Miguel Hernández
(Orihuela, 1910 - Alicante, 1942)
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