13 de marzo de 2017

Mercado americano

MERCADO AMERICANO
Chillán, Chile (1994)

Vienes como naciendo de una barranca húmeda,
de esa como blandura de madera reseca,
como un ala de loro que al caer deshiciese su esmeralda
   en hilachas,
llegando dentro del cuenco de una mano de vieja cenicienta adivina.
Rebalsando en silencio, llena de toda tu alma, te
   asientas sobre el duro

diamante de mi llanto.

Y tú y yo, y mis hijos, estando todos quietos en mi
   tierra,
todos hemos venido contigo y te vemos nacer desde el
   guanaco asustadizo
y ocre y rosado y arenoso que tiembla en la frazada
al viento de la tarde en esta feria.

Te ando. Te camino.
Y es como si dentro tuyo hallase montoneras de
   pequeños cariños,
naranjas empinando asoleadas pirámides,
maníes que se dejan meter en confituras que llevas a tu
Potosí, Bolivia (2009)
   boca como moras azules,
chichas en cuyas grasas transpiran todavía borracheras
   aztecas,
ollas de un barro suave y rosa hinchadas y negreadas
   por el fuego y bocudas
dentro de cuyo vientre como en una quieta gestación
   para siempre otras ollas pequeñas
igual que en empacado nacimiento quedaban.

Eres la feria misma. Esa mujer que alisa
su pelo largo y negro con un peine de espinas
como un crucificado olvidadizo cuando nadie lo mira.
La que no ofrece nada, eres.
Puedes vender si quieres lo mismo que un canasto de
   paja
un pedazo del cielo que miras si llovizna.

Aquí, pegado a tu silencio, entre tus colgandijos, gozo
entre tus carraditas de azafrán del Perú,
junto a la volcanada delirante del ají de Bolivia como una
   cordillera solitaria y furiosa.
Déjame estar entre los machacados, crepitantes futuros
   venturosos que anticipan tus hierbas
a ver si se me pega tu inocente alegría.

Yo quiero que me mezcle entre sus alfileres pegajosos
Silvia, Colombia (2017)
dentro de su astillado erizamiento de mineral miedoso
la piedra imán que quema los recuerdos que nacen al
   ocaso cada lunes de agosto.
Yo quiero que me lleves hasta el monte, hasta tu lecho
   de hojas
para ver la muchacha de orejón desceñirse como
   momia otoñal de sus cintas frutales
igual que una olvidada cáscara de cobre y de crepúsculo
y mirar cómo caen sus vendas de dulzura y durazno.

A quién le pido, América, sino a ti, que me miras, quieta
   desde tus ferias,
llena de seriedades y cortadas sonrisas,
a quién le pido de ese vino
que llevan un caballo y un barril de durazno,
a quién, señora oscura,
a quién le digo que se embriague conmigo
hasta que nos durmamos sobre tu pecho para siempre.



El gozante
Manuel J. Castilla
(1918-Salta-1980)

No hay comentarios:

Publicar un comentario