MERCADO
AMERICANO
Vienes como
naciendo de una barranca húmeda,
de esa como blandura de madera reseca,
como un ala de loro que al caer deshiciese su esmeralda
en hilachas,
llegando dentro del cuenco de una mano de vieja cenicienta adivina.
Rebalsando en silencio, llena de toda tu alma, te
asientas sobre el duro
diamante de mi llanto.
Y tú y yo,
y mis hijos, estando todos quietos en mi
tierra,
todos hemos
venido contigo y te vemos nacer desde el
guanaco asustadizo
y ocre y
rosado y arenoso que tiembla en la frazada
Te ando. Te camino.
Y es como
si dentro tuyo hallase montoneras de
pequeños cariños,
naranjas
empinando asoleadas pirámides,
boca como moras azules,
chichas en
cuyas grasas transpiran todavía borracheras
aztecas,
ollas de un
barro suave y rosa hinchadas y negreadas
por el fuego y bocudas
dentro de
cuyo vientre como en una quieta gestación
para siempre otras ollas pequeñas
igual que
en empacado nacimiento quedaban.
Eres la
feria misma. Esa mujer que alisa
su pelo
largo y negro con un peine de espinas
como un
crucificado olvidadizo cuando nadie lo mira.
La que no
ofrece nada, eres.
Puedes
vender si quieres lo mismo que un canasto de
paja
un pedazo
del cielo que miras si llovizna.
Aquí,
pegado a tu silencio, entre tus colgandijos, gozo
entre tus
carraditas de azafrán del Perú,
junto a la
volcanada delirante del ají de Bolivia como una
cordillera solitaria y furiosa.
Déjame estar
entre los machacados, crepitantes futuros
venturosos que anticipan tus hierbas
a ver si se
me pega tu inocente alegría.
dentro de
su astillado erizamiento de mineral miedoso
la piedra
imán que quema los recuerdos que nacen al
ocaso cada lunes de agosto.
Yo quiero
que me lleves hasta el monte, hasta tu lecho
de hojas
para ver la
muchacha de orejón desceñirse como
momia otoñal de sus cintas frutales
igual que
una olvidada cáscara de cobre y de crepúsculo
y mirar
cómo caen sus vendas de dulzura y durazno.
A quién le
pido, América, sino a ti, que me miras, quieta
desde tus ferias,
llena de
seriedades y cortadas sonrisas,
a quién le
pido de ese vino
que llevan
un caballo y un barril de durazno,
a quién,
señora oscura,
a quién le
digo que se embriague conmigo
hasta que
nos durmamos sobre tu pecho para siempre.
El gozante
Manuel J.
Castilla
(1918-Salta-1980)
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