25 de octubre de 2016

A través del charco y de lo que Alicia comió allí

En las orillas del río de La Plata se recuestan dos capitales: Buenos Aires y Montevideo. 
Tienen muchas cosas en común como el habla, la historia, el tango y la pasión futbolera, pero también son muy diferentes.

Buenos Aires es ciudad de vértigo y ruido, atiende las 24 horas y sus habitantes pueden ser tanto muy simpáticos como terriblemente descorteses.

Montevideo por comparación es pueblerina. No tiene muchos edificios altos, no hay bocinazos ni motos ni insultos, sus habitantes son amables y educados y la ciudad se extiende abierta sobre el río. 
No tiene tampoco la movida gastronómica que hay en Buenos Aires, no hay tienditas deli pero lo que sí hay por todas partes son viejos bares de barrio de otros tiempos.
Es una ciudad tranquila y apacible que invita a caminarla y disfrutar de su hermosa geografía, su riqueza arquitectónica y la bondad de su gente.

Además de las sugerencias de amigos y experiencias de visitas anteriores, guiaron nuestro recorrido el libro Cafés y tango en las dos orillas y un viejo post de Carolina Aguirre en Wasabi.
Cumplimos con todos los rituales que pudimos,  en tanto el tiempo y los horarios locales lo permitieron porque, a diferencia de Buenos Aires, Montevideo tiene espíritu y ritmo de barrio.

Empezamos almorzando con el super clásico, la orientalidad al palo, la línea de ataque de la selección: chivitos, con cerveza Patricia y postre Chajá en un local de La Pasiva.
El chivito, contrariamente a lo que su nombre sugiere, es un  sándwich de carne vacuna de lomo con agregado de fiambre y vegetales, en versiones más o menos elaboradas y con riguroso acompañamiento de papas fritas. También pueden ser al plato y para compartir porque éstos vienen muy cargados y con más guarniciones. 

Otros platos tradicionales que se pueden comer en La Pasiva o en locales somilares son los panchos, generalmente con jamón, queso y panceta, como en la foto, y la pizza.

El Chajá es uno de los postres típicos uruguayos en el estilo de nuestro postre Balcarce. Tiene muchos imitadores y se puede hacer en casa, pero en La Pasiva sirven el legítimo, el de la medallita elaborado en Paysandú, un paquetito que envuelve una delicia suculenta de crema, pionono y merengue, con frutillas o con duraznos.
Durante la tarde del sábado, el programa fue recorrer bares por Pocitos-Punta Carretas, pero estaban todos cerrados y sin cartel de horario, salvo el Tabaré y el 62 Bar, que abrían por la noche. 
Ante la falta de información quedó la duda si los otros estaban cerrados por siesta o de manera definitiva. 
No alcanzó el tiempo para volver por la noche pero quedaron pendientes para la próxima visita.


A la noche, cena en La Giraldita, uno de esos antiguos cafés convertido en restaurant. 
Una experiencia excelente desde la decoración original, ecléctica e impecablemente conservada, pasando por la atención amable hasta llegar a la comida muy rica. Comimos pasta, guiso y parrilla y era todo muy bueno. 
Para el vino, por supuesto, la cepa tradicional uruguaya según la recomendación del local: un tannat de corte de bodega Garzón que nos encantó y tenía muy buen precio (U$ 15).
El único problema que tuvimos fue el desacuerdo comensal-parrillero sobre el punto de cocción de la carne (¿Qué tan hecha debe estar hecha una carne para estar hecha?). Pese a que la damnificada optó por no insistir y se quedó sin poder disfrutar de su picaña (este corte para mí fue una novedad, pero parece que es tendencia) la experiencia en general fue muy buena. 
Para recomendar y para volver.
Domingo a la mañana nos fuimos a la maravillosa Feria de Tristán Narvaja, donde los montevideanos hacen sus compras en la calle, y al mediodía seguimos la recorrida por la Ciudad Vieja (nos quedamos sin ver el Museo Torres García que estaba cerrado).
Y allí nos fuimos a por otro de los superclásicos: el Mercado del Puerto para comer en Roldós.  Medio y Medio y sandwichitos de miga, por supuesto.
El Medio y Medio es una creación de Roldós, partes iguales de vino blanco seco y espumante dulce que forman la pareja perfecta con los sandwichitos. 
Corresponde aclarar que en Roldós los sandwichitos son gigantes y de sabores gourmet desde mucho antes de que en cualquier panadería de barrio de Buenos Aires te ofrecieran uno de parmesano, rúcula y tomates secos.


Por la tarde cafecito en Allegro, el precioso bar-tienda del Teatro Solís,  y más tarde merienda en confitería Carreras de Punta Carretas para degustar el Massini, el otro postre tradicional uruguayo. Un cuadradito de masa tierna, relleno con crema aireada con claras y una cubierta de caramelo quemado. Tan suave, contundente e hipercalórico como el Chajá.

Cenamos en parrilla La otra en Pocitos, la recomendaron en el hotel y también tiene muy buenos comentarios en TripAd visor pero no nos gustó demasiado. 
Pese a lo que dice en su página web, tardaron en atendernos y los mozos no eran muy dispuestos. Además, la carta de vinos tenía sólo opciones caras, quizás no las más adecuadas para un local sencillo como ese. Tomamos uno de los de menor precio (casi U$ 30), un Pisano RPF Tannat, que en lo personal no me resultó demasiado gustoso.
Un toque de humor: el menú ofrecía un postre llamado El lunes empiezo (la dieta) consistente en una explosiva combinación de volcán de chocolate con dulce de leche y helado de crema. No nos atrevimos. Después del asado y el vino y justo antes de irnos a acostar no estaba garantizado que pudiéramos levantarnos a la mañana siguiente...

El lunes, después del city-tour, volvimos al Mercado del Puerto buscando carne a la parrilla y, con El Palenque cerrado, comimos en Estancia del Puerto
A pesar de que había muchísima gente en todas partes (era fin de semana largo tanto en Montevideo como en Buenos Aires), el mozo fue muy amable y la comanda rápida. 
Comimos pamplonas de cerdo y de pollo, un riquísimo arrollado de carne y vegetales bien doradito en la parrilla, acompañadas con ensalada y papas fritas y una torta helada también muy rica.



Nos alojamos por la zona de Trouville, en un apart-hotel sin desayuno y allí  nos sugirieron tomarlo en la Tienda 360 de la Rambla Perú. 
Aunque no era muy prometedor, por tratarse de la cafetería-supermercado de una estación de servicio, tanto los bizcochos (facturas) como los sandwiches eran muy ricos, el precio bueno  y la atención excelente, en el amable y relajado estilo montevideano.

Igual que en mis visitas anteriores, vuelvo con la misma sensación: me gustan Montevideo y los montevideanos. Volveré.


1 comentario:

  1. Qué linda crónica!!! Tiene la amabilidad y tranquilidad montevideana adheridas!!! Jajaja

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