Abro la botella de vino. En Buenos Aires, la botella negra y panzona del borgoña San Felipe. Aquí el Sangre de Toro de la bodega Torres.
Sirvo el vino y lo dejamos reposar un poco en los vasos. Lo respiramos y le celebramos el color, luminoso al fueguito de la vela.
Las piernas se buscan y se anudan bajo la mesa.
Se besan los vasos. El vino está contento de la alegría nuestra. El buen vino, que desprecia al borracho y se pone agrio en la boca de quien no lo merece.
En la cazuela bulle la salsa, con burbujeos de marmita, lentas mareas de la salsa espesa, rojiza, humeante: comemos lentamente, saboreándonos, charlando sin apuro.
Comer sólo es una obligación del cuerpo. Contigo, es una misa y una risa.
Eduardo GaleanoDías y noches de amor y de guerra(Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2015)
14 de septiembre de 2016
De la comida como celebración
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