2 de enero de 2017

Del por qué de ciertos extraños nombres

En todas las panaderías y confitería de la Argentina se venden facturas. Son bocados de masa dulce de levadura, con distintas formas y cubiertas.
Pueden ser simples, como las medialunas (croissants), con cubierta (como los pandeleche coronados por crema pastelera) o rellenas (como los miguelitos con corazón de dulce de leche).
En su conjunto son, sin duda, uno de los productos de pastelería más tradicionales para acompañar desayunos y meriendas, tanto en casa como en el bar.
Las conocemos y comemos desde niños y por quizás nunca nos planteamos el por qué de algunos de sus nombres.

A modo de explicación, aquí va una nota de Eduardo Bravo, publicada el pasado diciembre en la revista española Yoroboku.

Comprar pasteles en Argentina puede ser un acto anarquista
En las confiterías argentinas no es lo mismo pedir una berlinesa que un suspiro de monja. En ambos casos el cliente recibirá un pastelito de masa con crema. Sin embargo, optar por uno u otro nombre puede mostrar una actitud que se remonta a los orígenes del movimiento anarquista en el país.
En 1885, el pensador y militante anarquista Errico Malatesta decidió establecerse en Argentina. El país sudamericano parecía un buen lugar para escapar de las autoridades europeas.



Los gobiernos de Suiza, España, Rumanía, Francia, Bélgica, Inglaterra y, por supuesto Italia, su país natal, estaban hartos de Malatesta. Sus actividades revolucionarias le habían llevado incluso a Egipto, de donde había sido expulsado. Definitivamente, América parecía un buen lugar para cambiar de aires.
En Buenos Aires, Malatesta comenzó a divulgar el ideario anarquista entre los trabajadores. Con su ayuda y la de Ettore Mattei, surgieron los primeros sindicatos libertarios argentinos. Entre ellos destacaba la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos.

Las autoridades argentinas no tardaron en conocer sus actividades y, después de otra campaña de acoso, Malatesta marchó rumbo a Italia. Sin embargo, en apenas cuatro años, su mensaje había logrado calar entre los trabajadores. Más de lo que hubiera pudiera imaginar.
Al ser el sindicato de panaderos de ideario anarquista, los trabajadores comenzaron a bautizar a sus creaciones con nombres que recordaban la lucha proletaria. Denominaciones que hacían referencia a la acción directa, se burlaban de la policía y se mofaban de la Iglesia católica.
Aparecieron así los cañoncitos, las bombas, los vigilantes, los sacramentos y las bolas de fraile, también llamadas suspiros de monja. De repente, la población argentina comenzó a ser partícipe de la difusión de los idearios libertarios a través de los pasteles.

Sin embargo, utilizar la repostería como forma de combatir al enemigo no era nuevo. Según cuenta Christian Ferrer en su libro Cabezas de Tormenta ya fue utilizado en 1528. En esas fechas, durante el asedio de Viena por los turcos, los pasteleros de la ciudad decidieron crear las famosas medias lunas. Su inspiración era el símbolo que las tropas enemigas tenían en sus estandartes. Ni que decir tiene cuál era el sentir de los musulmanes cuando veían a los vieneses comerse desde las empalizadas su símbolo sagrado. Aunque no conseguían acabar con el asedio, las medias lunas servían de combustible para alimentar la resistencia.
El tiempo desgasta las palabras. Sin embargo, los argentinos acuden aún hoy a las panaderías y piden, conscientes o no del significado, esas especialidades blasfemas y revolucionarias. Un hecho que pasó desapercibido a los diferentes gobiernos dictatoriales que ha vivido el país en el siglo XX. Sin duda, una ingeniosa estrategia que mezcla desobediencia y humor, que ya hubieran querido para sí los situacionistas franceses.

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