21 de agosto de 2016

Mercados de Buenos Aires

Me encantan los mercados. Me parece que son un sitio mágico donde se juntan el ayer y el hoy, donde está la gente real, donde se toma el pulso de una ciudad.
Lamentablemente en Buenos Aires casi no quedan, un poco por el paso del tiempo y los cambios urbanísticos, pero en gran medida porque en la gestión del intendente Cacciatore, durante el gobierno de facto, hubo una política tendiente a eliminar las ferias municipales y mercados.


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Algunos sobrevivieron, como el de San Telmo en el sur de la ciudad, una hermosísima estructura de hierro de fines del siglo XIX en la esquina de Carlos Calvo y Defensa. 
En la década del ’90 estaba casi moribundo y luego, con el fin de la ley de convertibilidad y la llegada de numerosos turistas extranjeros, consiguió sostenerse con algunos puestos de antigüedades tan característicos en esa parte de la ciudad. 


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Poco a poco fue recuperando su condición de mercado de barrio y hoy es un paseo interesante tanto para los porteños como para los visitantes que vienen desde otras provincias o países.



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Hacia el norte, en el barrio de Belgrano, está el Mercado Juramento , en esta calle y su esquina con  Ciudad de la Paz. Aunque emplazado allí desde 1890, su actual edificio es más moderno y lo que alguna vez fue un mercado de lujo, donde comprar productos poco habituales y de primera calidad,había perdido bastante brillo la última vez que lo visité hace un par de años.


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Mi preferido es el Mercado del Progreso en el barrio de Caballito, el corazón geográfico de Buenos Aires. Un microcosmos puertas adentro en la esquina de Rosario y Centenera. 
Para el peatón apurado es fácil pasar de largo, ya que los pequeños pasillos que dan acceso por ambas calles apenas se distinguen entre los demás locales de la cuadra. 
Cruzar esas puertas y atravesar esos pasillos nos llevan al corazón de un mundo de otros tiempos. 
Como los otros mercado que mencioné antes, este también data de fines del siglo XIX con esa característica arquitectura monumental de hierro y vidrio al estilo de los pabellones de las Exposiciones Universales.

 La fachada estuvo oculta mucho tiempo detrás de una fea y descuidada estructura metálica. 
Hace unos años tuvo una puesta en valor, fue despejada y restaurada, y también alegrada con un hermoso friso con pinturas con escenas del barrio sobre la base del primer piso, que hoy lamentablemente está bastante desteñido.

Allí se puede comprar de todo, cualquier ingrediente necesario para cocinar, desde los básicos como las carnes y las verduras, hasta los lácteos, especias, frutos secos y productos de almacén. Y todo es de excelente calidad, la cual justifica los precios un poco altos.
El mercado es un paseo en sí mismo, no sólo por su valor histórico y arquitectónico, sino porque los puestos de frutas y verduras parecen rivalizar para ver cuál luce más bonito y mejor decorado.
Los puestos de las carnes son variados y muy organizados, está quien vende ternera y quien vende novillo, y el que vende pollo no vende cerdo. Busques lo que busques, siempre dan ganas de llenar la bolsa y ponerse a cocinar.

Por el pasillo sur, que sale a la calle Coronda, hay pequeños locales de mercería o papelería o de oficios como cerrajería o zapatería. La antigua entrada de carros y mercaderías hoy es un pasaje prolijo, seguramente muy distinto al que menciona la colombiana Laura Restrepo en su novela Demasiados héroes que, al igual que la guerra contra las ferias y mercados del intendente Cacciatore, transcurre durante el gobierno militar. Según dice el sitio oficial del mercado no sólo fue escenario de pasajes de esta novela sino también de El juguete rabioso de Roberto Arlt.

Durante los años que viví en Buenos Aires, el placer de ir al mercado podía con el cansancio del final del día. 
Solía hacer una parada, entre la salida del subte que me traía desde mi trabajo en el centro hasta subirme al colectivo que me llevaría a mi casa cerca de los límites de la ciudad.
Hacer mis compras allí era siempre un momento de disfrute, de gozar con lo que veía y elegía, pensando en algo rico que iba a preparar o simplemente disfrutando el paseo.
Ahora vivo fuera de la ciudad, pero cada vez que ando por el barrio me doy una vueltita por el mercado, aunque sea para mirar. 
Está bueno eso de ser viajero de tu propia ciudad.




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