10 de julio de 2016

Graf Zeppelin

En el noroeste del Gran Buenos Aires, donde Morón se convierte en Tres de Febrero, está Ciudad Jardín.
Una urbanización muy particular, con calles arboladas, con nombres de flores, de árboles y de aviadores.
Pura casa, con parque y tejas, sin rascacielos.
Un centro comercial precioso y antiguo, con una gran recova.
Cuadras de edificios bajos a ambos lados de una avenida prolija y plantada con eucaliptos.
La zona comenzó a poblarse a principios del siglo pasado, pero fue en la década del '40 cuando se produjo este desarrollo urbanístico tan particular.

A unas cuadras del centro está la Plaza Plate, un hermoso espacio arbolado rodeado por locales que se ha convertido en corredor gastronómico.
Allí, no sé desde cuándo porque mi primera visita fue hace unos treinta años, está Graf Zeppelin, una cervecería al estilo de las antiguas Munich.
El nombre recuerda un episodio importante en la historia de la ciudad, cuando en 1934 el dirigible llegó a Campo de Mayo. y la gente fue caminando desde todas partes para ver el prodigio.
Mi papá, que sólo tenía cinco años, fue con sus hermanas mayores desde Castelar, unos diez kilómetros de caminata para la ida y otro tanto para la vuelta, porque no había colectivos pero nadie quería perderse el evento.


Como dije, tiene todo el estilo de las viejas Munich de principios del siglo pasado. 
Paredes revestidas en madera, reservados, mucho adorno y cachivache por todas partes, afiches de inumerables OktoberFest...



Era una noche fría de domingo que ameritaba algo suculento, así que nos decidimos por el chucrut garnier, una fuente caliente con una combinación de fiambres y chorizos alemanes, acompañados con chucrut y papas con salsa picante.
Todo rico, abundante y sustancioso, como para plantarle cara al invierno.



La bebida, por supuesto cerveza. Hay de varias marcas conocidas y también la propia, tirada o envasada. 
Probé de la degustación que amablemente le trajeron a mi acompañante: rubia, roja y negra,y debo reconocer que las encontré muy sabrosas, aunque la cerveza no es lo mío, no hay caso.


El lugar es encantador en su autenticidad y los mozos son muy amables, aunque no demasiado profesionales.
La comanda fue rápida, la comida muy buena y los precios más que razonables.
En los fines de semana, suele haber música en vivo. Esa noche alguien empezó a tocar el piano cuando ya nos íbamos. Los hábitos del lugar parecen ser de trasnoche.
Habrá que volver en primavera, para aprovechar las mesitas de la vereda y el hermoso entorno de la plaza.

Dos curiosidades musicales.
El tema de Los Piojos, Buenos días, Palomar, en un video de aficcionado que recorre la ciudad.
La canción Sapo de otro pozo, de  Caballeros de la Quema, filmado en la propia cervecería.


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