19 de febrero de 2017

Romance del molinero

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La asociación entre Jaime Dávalos y Eduardo Falú dio muchas de las más bonitas páginas de la música de inspiración folklórica de la Argentina.

Aquí van, entonces, la letra del Romance del Molinero y la versión del tema por unos jovencísimos Chalchaleros, en un "videoclip" de la época (no había micrófonos inalámbricos y los zoom eran bastante limitados)

Para los curiosos y aquellos que siempre quieren saber un poco más, después sigue una breve reseña de la historia de los molinos en la Argentina, publicada hace ya varios años en el diario La Nación.


En el molino de San Antonio 
leche de luna mueve la piedra,
y el molinero ciego en la harina,
toca la carne de las tinieblas.El agua canta canto del cielo
su despeñada sangre de estrellas,
y desde el trigo vuelve la nieve
polen caliente de la molienda. 
Molinero, molinero,los sueños
te llevaránhacia el corazón del trigo
por el aroma del pan. 
Tiene la noche del molinero
sueños de harina que en su alma nievan,
y una vallista que huele a jumey
a trigo verde por las caderas. 
Si el molinero duerme,
los grillosmuelen el llanto de las estrellas,
y hacen harina a la luz del cielo
para el silencio de las violetas. 
Molinero, molinero,los sueños te llevarán
hacia el corazón del trigo
por el aroma del pan.






La expansión del trigo y la industria molinera 
Poco después de la fundación de las principales ciudades se instalaban las tahonas y los molinos
SÁBADO 15 DE ENERO DE 2005 
Atahona o tahona era el molino rudimentario para la molienda del trigo. Consistía en una pesada rueda de madera muy dura o de piedra que hacía girar la tracción de una mula, yegua o caballo. A falta de caballería, era empujada la muela por la fuerza del hombre.
Los españoles y los "mancebos de la tierra" que con Garay fundaron Santa Fe (1573) y repoblaron Buenos Aires (1580) habían visto empleada la atahona en la Asunción. Santa Fe y Buenos Aires fueron las primeras ciudades de nuestro territorio que tuvieron atahonas, y éstas muy pronto se difundieron en todas las ciudades que luego se fundaron.
Según Emilio Lahitte, en su estudio sobre la evolución de la industria harinera en la Argentina, Córdoba tuvo su primera atahona en 1585, es decir, 12 años después de fundada. Todo hace creer que este sistema de molienda se utilizó apenas se tuvo la primera cosecha de trigo, que debió ser a poco de fundada la ciudad.
Salvo pequeñas modificaciones, no difería la atahona del molino que, tirado por el esclavo, se utilizaba ya por los romanos.
Carlos Lemée en su libro sobre el origen y el desarrollo de la agricultura en la Argentina, afirma que: "Las primeras tahonas para la molienda del trigo se establecieron en el partido de Las Conchas y eran movidas por mulas o caballos".
En cuanto a los molinos, pocos años después del desembarco español en las costas del Río de la Plata se instaló el primero para la elaboración de harina de trigo.
Tecnología de punta
Sabido es que si bien la agricultura no avanzó en estas tierras a la par de la ganadería, debió sin embargo experimentar algún desarrollo ya que los pobladores tuvieron que proveerse de pan para su alimentación. Es así como después las primeras y rústicas siembras, aparecieron los primeros molinos hidráulicos y poco más tarde, a viento, para la molienda del grano.
Eran esos grandes molinos de aspas semejantes a los que aparecen en la clásica obra de Cervantes, y contra los que infructuosamente luchó Don Quijote.
El primer molino del cual se tiene noticia documentada se levantó en Córdoba en 1580. El segundo, apareció en Salta seis años después, y estuvo emplazado en el actual departamento de Molinos. Su fuerza motriz era la corriente de un arroyo. En 1618, se instaló uno nuevo en Pulares, también en Salta, y tres años más tarde, los padres de la Compañía de Jesús levantaron el tercer molino salteño en El Bañado.
Don Enrique Udaondo cuenta que en los libros de Acuerdos del Cabildo de Buenos Aires, ya en 1590, se menciona la existencia de tahonas o atahonas para la molienda del trigo. Y agrega que en el acta del acuerdo del día 23 de mayo de 1605, obrante en el Archivo General de la Nación, figura una referencia con respecto al molino de viento que levantaron los hermanos flamencos Lucas y Conrado Alejandro, quienes se comprometían a construirlo "...a nuestra costa y moler en él a todos los vecinos y moradores de esta ciudad a 4 reales hanega".
Signos del progreso
La primera noticia que tenemos sobre un molino en la actual provincia de Buenos Aires data de 1609. Fue el que construyó, en el partido de Las Conchas, el cordobés capitán Tristán de Tejeda.
Ya por 1806, el vecino de San Fernando, don Domingo Luna, levantó uno contiguo a una panadería. Sólo a partir de 1847 aparecen los primeros molinos de vapor y ellos son los que Blumstein y Larroche establecen junto al Fuerte. Se denominaba San Francisco y estaba instalado en la calle Balcarce entre las actuales Alsina y Moreno, de la ciudad de Buenos Aires. A ellos les suceden los que levanta don Pablo Halbach pocos años más tarde.
Carlos Enrique Pellegrini consigna en su Revista del Plata, en 1861, un detalle de los molinos entonces existentes, elogiando las ventajas del molino de vapor sobre la atahona, "que simbolizaba la marcha pesada de la civilización colonial".
Otros pioneros de la industria harinera fueron Pedro Lescala y Juan Fugl, en Tandil; Riviére, en Azul, y Lebrelo, en Buenos Aires.
Fundada Baradero en 1615, debieron pasar 240 años para que un grupo de ciudadanos suizos creara una colonia agrícola, y en ella, comenzaron a aportar su trabajo franceses, españoles, vascos y austríacos. Dos años después, (1857) se estableció allí la primera industria, con un molino de harina accionado por el viento. El propietario de ese molino fue don Claudio Ignacio Jeanmaire, hasta que, en 1865, su hijo Estéfano estableció otro hidráulico en la desembocadura del río Arrecifes, que logró funcionar hasta 1929.
En el Museo Colonial e Histórico de Luján existe un curioso molino centenario accionado a aspas recubiertas con velas enceradas. Se instaló en Junín hacia 1860 y fue luego trasladado a Chacabuco, desde donde se lo llevó al Museo de Luján por una donación que hicieron los herederos de su último dueño, don Angel Aragón.
Por Carlos A. Moncaut Para LA NACION 


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