30 de abril de 2016

Las flores de mi jardín




El mes pasado fui a cenar al restaurante El Jardín, en Ituzaingó. La convocatoria de su página de Facebook
era:
“El momento que todos estábamos esperando llegó!"VAMOS A COMERNOS EL MUNDO!" y comenzamos con las delicias de la REGIÓN MEDITERRANEA.‪ Una propuesta única para disfrutar y viajar juntos por la zona mediterranea de España, Italia, Grecia, a través de sus aromas, platos típicos, música....”
El lugar es bonito (no es el patio de la foto), una casita reciclada y adaptada como restaurante con un patio-jardín trasero, muchos detalles deco y muebles de jardín incluso en el salón.

Ya había estado en primavera, en una noche de pizza y jazz y, aunque ni la cocina ni la atención me habían parecido especialmente buenas, preferí creer que lo del año pasado se debía a la falta de experiencia y cedí ante esta propuesta de la comida mediterránea

No pretendo hacer una crítica gastronómica detallada de cada paso del menú, evaluando la justeza de ingredientes, preparaciones, puntos y sabores. No es esa mi especialidad y tampoco es el propósito de este blog. Pero casos como este me hacen reflexionar una y otra vez sobre la oferta actual de restaurantes y cafeterías de todo tipo y en distintos lugares de la ciudad y del país.

Que quede claro: me encanta salir a comer y no me molesta pagar cuando la cocina y la atención lo ameritan. Pero sí me molesta, y mucho, cuando personas que parecer no saber nada del negocio se suben a esta ola gastronómica que nos ahoga en los últimos años.

Quiero decir, esta atrevida invitación a comernos el mundo, me pareció más la experimentación de fin de semana de un grupo de amigas con recetas sacadas de internet que la propuesta de un profesional. Pero como si fueran profesionales nos cobraron.

No me molesta cuando un local es modesto, pero me fastidian los detalles de decoración modernosos o pretendidamente informales que no atienden a la comodidad del cliente. Mesitas de jardín tipo tijera son para dos comensales, pero si pongo a tres personas la última no tiene dónde acomodar las piernas. Y los bancos laterales empotrados en la pared quedan muy bonitos llenos de almohadones de la India, pero son un calvario para la espalda.

Como en tantos otros lugares que no paran de inaugurarse, los mozos no son profesionales y por lo general no tienen idea de aquello que están vendiendo. Tampoco en ninguno de ellos parece haber un encargado que los oriente y les enseñe a trabajar.

No me considero quejosa ni pretenciosa, pero no estoy hablando de la barra de un buffet en una fiesta escolar donde todos vamos dispuestos a aceptar lo que venga y colaborar por una causa noble. Un bar o un restaurante son un negocio, un negocio que brinda un servicio especializado, por sencillo que éste sea, y me molesta que no se respete esa tarea y que se la lleve a cabo sin profesionalidad.

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